No había logrado disimular el desvarío reflejado en sus
ojos, blancos y fijos como los ojos de un caballo que ha olido el agua y al que sólo
refrena el tenue lazo de la mente de su dueño; como un caballo llegado al punto en que
sólo la comprensión, y no la espuela, es capaz de contenerlo.
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